¿quién quiere hacerse mayor?




“Necesité 14 años para pintar como Velázquez y una vida para pintar como un niño.”
 Joan Miró, pintor.


Cuando nos planteamos educar, nos disponemos a preparar a nuestras pequeñas personitas para el futuro. Pretendemos equiparles con herramientas, habilidades, competencias…Llenamos libros, teorías, currículos, leyes de educación…

Pero una observación se hace necesaria: ¿hacia qué futuro les proyectamos?

En la infancia solo existe el aquí el ahora, el maravilloso o trágico momento presente…pero nosotros les enseñamos a fabular con preguntas e insinuaciones sobre su futuro. “¿qué quieres ser cuando seas mayor?” Bien sabemos que entre lo que imaginábamos y lo que la vida nos ha traído no hay mucho en común.

Los niños y niñas nos miran y analizan. Se callan y piensan, calculan. Imaginan su futuro, tomándonos de referencia, de modelo posible. Después con el juego simbólico representan, procesan y entienden la realidad de su alrededor jugando a ser adultos.

Entonces ¿qué significa ser mayor?

Tener mucho trabajo, obligaciones, poner cara seria y preocupada, decir siempre “yo no tengo tiempo para tonterías, ya me gustaría a mi poder jugar…”

No parece muy prometedor, que digamos.

Nosotros los adultos gobernados por una mente omnipotente funcionamos con una lógica y una racionalidad que asumimos como aplastante e irrefutable.

¿Y si cambiamos el enfoque?

¿Y si le preguntamos a nuestro cuerpo, a nuestro corazón o a nuestra alma qué le parece nuestra vida?

“Bueno hay que sacrificarse y trabajar duro para tener un buen futuro” ¿de verdad creemos esto? Si lo creemos, será verdad para nosotros. Lo estamos creando.

Hoy en día la Conciencia despierta sabe que el futuro no existe, que el tiempo no es lineal, que sólo existe el momento presente y que tampoco hay nada imposible solo hay que crearlo…

La cosmovisión infantil, simbólica y fantástica, es más real de lo que creíamos…podemos pedir tres deseos y se cumplen, solo hay que saber verlos y saber pedir des del corazón.

Jugar libremente, bailar sin complejos, cantar, reír…ahí está la verdadera sanación, el lenguaje de los Ángeles. El lenguaje de los niños. La libertad y felicidad interior.

Los que tenemos la suerte de tener niños cerca (o para ser más precisa, los que nos hemos creado una realidad cercana a los niños) podemos disfrutar con ellos de sus ideas estrambóticas y su espontaneidad.

Paradójicamente nos empeñamos en inventar infinidad de mecanismos y sistemas (escuelas, extraescolares, deberes, normas de urbanidad y “respeto”…) para amansarles, domesticarles, hacer les madurar y entrar en razón…

Un alumno me pregunta: “¿Cuántos años tienes?” “cuarenta” le contesto yo. “no puede ser.” Me replica serio, pensativo. “mi mamá tiene sólo uno más…pero tú no estás amargada.” Me quedé sin palabras.

¿Cuántos adultos amargados hay en su vida? En la familia, los profesores…

¿Es este realmente el ejemplo de vivir la vida que queremos darles?

¿Es crecer encorsetarse, reprimirse y dejar de soñar y desear?

Una persona con dificultades para disfrutar las pequeñas delicias cotidianas, para desear, y para sentir flexibilidad y energía en su cuerpo es una persona con un principio de depresión. Algunos expertos van más allá cuando afirman que nuestra sociedad civilizada es neurótica y enferma…

¿Y nuestros mayores, nuestros ancianos?

Algunos son “sabios-niños-arrugaditos”, un gran ejemplo de vida a seguir. Personas que con la edad han perdido la vergüenza los complejos, los pelos en la lengua, los miedos…han aprendido que “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Pasar haciendo camino, camino sobre la mar” como dice la canción.

Viene ahora a mis labios una sonrisa. Viene a mi memoria mi amada abuela. La recuerdo, por ejemplo, jugando a pelota con mis hijos a sus ochenta años. Entre picardías, bromas y canciones de su época. Sin juicios ni prejuicios, de mente abierta y moderna pero conectada con sus raíces y sus tradiciones.

Me gustaría invitar a las personas adultas que ahora están leyendo estas líneas a reflexionar sobre dos aspectos:

¿A qué dedicas tu energía, tu tiempo y tu vida?

¿Qué tipo de anciano quieres ser?

Quizás estas reflexiones nos harán replantear nuestra forma de tomarnos la vida, nuestras prioridades.

Igual que nuestros pequeños de fijan en nuestro ejemplo, nosotros tenemos la oportunidad de aprender de los ancianos y a la vez de los niños.

Aprender y evolucionar para que las nuevas estructuras sean basadas en el amor, la confianza y la colaboración.


¿por qué somos padres?

“Los niños no son víctimas, solo buscan colaborar con nosotros con un objetivo común: la evolución de la Humanidad”

Andrea Cassandra, Anahayanda

Como responder a la pregunta ¿por qué somos padres?

Por la llamada de la naturaleza, por convención social, por gusto, “porqué se te pasa en arroz”, por presiones, por accidente…

Nosotros entendemos que la paternidad y maternidad son un gran acto de amor.

Es un pacto entre seres espirituales que acuerdan venir a la Tierra en forma de familia, con un vínculo paterno filial.

Es un compromiso mutuo para la evolución espiritual de cada uno y del Todo, que viene a ser lo mismo, ya que todos formamos parte del conjunto que es el Universo.

El plan es realizar aprendizajes. El alma busca situaciones que le permitan aprender lo que necesita. Así los padres formamos parte del decorado donde se va a realizar el aprendizaje, actores importantes, pero no somos los directores de la obra.

Los adultos tenemos tendencia a ver a los niños como seres pequeños, indefensos, inocentes…y en el caso de que lo pasen mal, víctimas de la situación. Eso sería una lectura de la realidad. Es cierto que llevan poco tiempo en esta vida, en este cuerpo, que saben poco de cómo funcionan las cosas en esta dimensión, que a menudo meten la pata…

¿Pero qué pasa si cambiamos el enfoque?

Si consideramos el Ser espiritual que todos somos, que tiene cientos de años y de lecciones aprendidas…

Si consideramos que este Ser ha decidido libremente elegir estos padres, el contexto y las condiciones donde quería nacer para seguir su evolución o para ayudar a su familia o a la Humanidad…

Entonces nos veríamos a todos en un plano de igualdad, incluso podríamos llegar a ver que los niños somos (todos hemos sido niños y en cierta manera seguimos siéndolo) los que venimos a cuidar, a ayudar y a convertirnos en instrumento para el crecimiento del otro.

Entonces podemos valorar, respetar y agradecer a ese ser que haya elegido su destino.

Entonces ¿cuál es la responsabilidad de los padres?

La primera y más importante responsabilidad es hacerse cargo de uno mismo. Parece una barbaridad pero es así. No estamos hablando de egoísmo sino de atender las propias necesidades con amor y cuidado pues en nuestras manos hay tareas delicadas (criar y educar a nuestros hijos). Además estaremos enseñándoles a respetarse y a cuidarse a sí mismos.

Cuando los adultos se hacen cargo de sus problemas, de su sombra (terreno inconsciente) pidiendo ayuda a otros adultos o a profesionales si es necesario, dan muy buen ejemplo y descargan a los niños de la preocupación por sus padres. ¿Cuántos niños sacrifican su felicidad y su inocencia por ayudar o apoyar a una madre estresada o a un padre deprimido? Al fin y al cabo los padres son su sustento básico y no los puede perder. Aplican el patrón inconsciente “ayudo a mi cuidador para que pueda cuidar de mi”.

Paradójicamente los padres nos preocupamos si un hijo no es feliz. Pero si nos esforzamos en buscar la plenitud y la alegría seguro que el ambiente en casa será la mejor medicina para todos.

La segunda responsabilidad es proporcionar un entorno afectivo, físico y energético favorable para el desarrollo de todos. Hacer un trabajo interior para ser lo mejor padres y personas posibles y seguir mejorando cada día. No cansarse de evolucionar, equivocarse, rectificar, buscar mejores opciones con humildad y perseverancia.

Los padres debemos estar abiertos a aprender cosas nuevas, incluso si los maestros todavía usan pañal o creen en el Ratoncito Pérez.

Ser padres es hacerse cargo de criar a los niños, puesto que necesitan apoyo, pautas para orientarse, límites…y amor! Amor que acuna, que alimenta, que canta, que espanta monstruos, que prepara mochilas del cole, que lava ropa, que compra el pan…Ese amor pequeñito, cotidiano, en pantuflas pero que hace posible el milagro de la vida cotidiana.

Ser padres es una misión del alma. Un camino para la evolución de la Humanidad.

Maestros, ¿una rara especie en extinción?

“La educación pone capas encima que te hacen olvidar quien eres tú en realidad. Todos somos seres espirituales. Las estructuras han caducado. Pero no porqué estén mal sino por qué ya toca. Ha costado mucho esfuerzo llegar hasta aquí. ”

Andrea Cassandra, Anahayanda


Muchas veces nos planteamos qué habría que enseñar, cómo, qué estilo, qué material…Durante siglos expertos y profanos intercambiamos teorías y puntos de vista con más o menos acierto o concierto.

En mi caso personal, con la mejor intención, cada mañana preparo a mis hijos y con un beso les mando al colegio. “Es mi obligación, es su obligación, es por su bien…” me repito para convencerme a mi misma y a ellos. Pero algunas realidades que conozco bien son difíciles de asumir.

Otra vez setiembre. Como cada año, observar como las personitas que en verano estaban pletóricas y llenas de creatividad y vitalidad, en pleno contacto con su Ser y con la Naturaleza, van palideciendo, debilitándose y enfermando.

Entonces, junto con el otoño, llegan los rituales habituales: constipados, gripes, bronquitis, alergias, virus…y un ejército de vitaminas, jarabes, pastillas, vacunas…

Todos estos tratamientos más o menos naturales, más o menos agresivos, no dejan de ser un maquillaje para sostener la situación: las estructuras que tenemos para educar y criar a nuestros retoños están haciendo aguas.

El sistema escolar, inventado durante la Revolución Industrial para convertirnos en obreros disciplinados y obedientes está enfermo. Desde los espacios y edificios hasta el propio funcionamiento burocrático y desfasado.

Nuestros gobiernos, esos dinosaurios acartronados, van marcando leyes, currículos…La Vieja Energía tratando de encasillar y domesticar a unos seres de alta vibración y pura luz.

Volviendo a mí caso. Soy, entre otras cosas, profesora de educación secundaria desde hace quince años.

Me siento afortunada por poder trabajar en algo que me apasiona especialmente por qué me permite estar en contacto con seres maravillosos, pequeños y grandes. Pero también me permite observar en primera fila el agotamiento energético de mis compañeros y de los propios alumnos.

Al atardecer, al terminar nuestras respectivas jornadas empieza la danza de duchas, cenas, deberes, y con un poco de suerte, un ratito de TV, o juego…lo justo para recuperarnos para el siguiente día “allí fuera”.

Ah, pero existe una especie rara de personas, seres que habitan en el interior del sistema escolar que merecen una mención especial.

Son los que a diario se dejan la piel tratando con nuestros hijos desde la dignidad y el respeto. Maestros y profesores que, con todo su amor y profesionalidad aguantan con sus espaldas desnudas el peso de la institución e intentan hacer algo bello y digno cada día.

En mi camino he encontrado alguno de estos increíbles “Don Quijote”. Personas equilibradas y sabias que ejercen su vocación, incluso diría su misión del Alma anónimamente escondidos en la cotidianidad de las aulas.

Si estáis atentos les reconoceréis: La que se quedó hasta tarde para llamar personalmente a todas las familias de sus alumnos, el que elaboró un gran mural con sus alumnos entre risas y complicidades, la que compró de su bolsillo los lápices de la niña sin recursos…tantos y tantos…Todos guardamos alguno de ellos en nuestro corazón y si le miramos de reojo nos despierta una sonrisa tierna.

Si amigos, a esta especie en extinción yo les mando todo mi amor y mi más sincero agradecimiento por darme esperanza en la Evolución de la Humanidad y facilitar mi tarea en la Tierra.

Nuevos niños, nuevos retos



Nuevos niños, nuevos retos


Enseñarles a vivir y a ser felices

Los hijos, los niños, los bebés son los que acaban de llegar, acaban de emprender un viaje en una dimensión y en una vibración mucho más pesada y densa que la del espacio de donde proceden: la Luz.

Algunos vienen con ímpetu, con ilusión; a otros les cuesta decidirse e incluso los hay que se niegan a venir: demasiado trabajo, demasiado duro.

Y es que no es fácil meter un alma sabia, anciana e ilimitada en un diminuto cuerpo que apenas atina a chuparse el dedito.

Casi mejor olvidar…

Y ahí estamos, nosotros, los adultos, los que “sabemos” cómo son las cosas, los lógicos y los racionales, con nuestras viejas estructuras a cuestas: nos aplastan y nos oprimen pero creemos que son necesarias y nos dan seguridad.

Armados de amor y buenas intenciones pensamos que debemos enseñar a los niños a vivir, a ser felices.

“Son tan frágiles e indefensos…” decía un papá reciente con su bebé dormido en brazos. A saber que pensaba el niño, quizás algo como“pobre, tan desorientado y desconectado de su propia Luz. He venido para echarle una mano, por amor”.

Enseñarles a vivir y a ser felices…

Los niños poseen la magia, tienen el Don Divino de creer o saber que todo es posible, que los límites no existen, el poder inmenso de la imaginación, tienen el Don del intenso momento, del aquí y ahora. El Don de maravillarse y extasiarse con una mariquita que se posa en su dedo y de repente emprende el vuelo.

Nosotros, los adultos, tenemos la oportunidad de aprovechar la puerta hacia la Luz que nos abren los niños. Aprovechar y aprender a vivir con el corazón puro, sin rencor, sin pasado ni futuro, sin juicios ni sermones morales.

Aprender lo que es el amor incondicional, la entrega. Aprender a ser felices observando el trabajo de las hormiguitas, o jugando o saltando.

“Bueno, bueno, todo esto es muy bonito pero entonces ¿significa que debemos ser infantiles, irresponsables e incluso alocados? ¿Quién se hace cargo de lo importante, de lo serio, de pagar la hipoteca?”

Es cierto, los adultos debemos asumir muchas responsabilidades que a veces parecen los doce trabajos de Hércules.

La primera: ser felices y vivir con conciencia y plenitud cada momento. Si pretendemos que nuestros hijos sean felices, lo primero que tenemos que procurar es hacernos cargo de nuestras propias necesidades básicas como seguridad, amor, compartir, crear…

La segunda: ser honestos. Vivir conectados con nuestro interior siendo fieles a nosotros mismos en todas las situaciones y contextos de la vida.

La tercera: Entregarnos a nuestra misión. No andar dormidos y distraídos en tareas miles que nos apartan de aquello que vinimos a hacer o a aprender.

La cuarta: vivir comprometido con la evolución personal que repercute en la Evolución de la Humanidad y del Planeta. No es necesario nacer sabiendo pero si permanecer abierto y atento para aprender algo nuevo cada día.

Y tantas otras tareas arduas que requieren tesón y esfuerzo.

¿Y para ayudar a nuestros pequeños?

Hacer todo lo posible para que los adultos les permitamos ser ellos mismos, desarrollar sus Dones y realizar sus aprendizajes.

Tratarles con el respeto y el amor con que trataríamos a un buen amigo. ¿Y protegerles? Pues sobretodo protegerles de nuestros miedos, de nuestra lógica aplastante, de los abusos de poder, de las faltas de respeto, los ataques a su dignidad e identidad, de la violencia aunque sea institucional o “por su bien”.

En definitiva darles herramientas y dejarles vía libre para que ellos puedan ayudarnos a crecer y a ser felices en nuestro bello planeta.

Así pues os invito a aprovechar al máximo la puerta que abre un bebé al nacer para entrar en un mundo maravilloso de espontaneidad y conexión.

Un mundo que existió, existe y existirá en nosotros si sabemos mirar con ojos de niño.

Montse Casanova

Julio 2013